Aunque no nos quedó un recuerdo imborrable de San José, en cambio, Alajuela nos dio una buena idea de lo que es la dolce vita costarricense. Es una ciudad sencilla y rebosante de encanto. Para disfrutar plenamente del ambiente de la ciudad, tienes que dar un paseo por el parque central. Hay un montón de ardillas y palomas. La gente de allí les da de comer y no son precisamente tímidas.
No es que la ciudad tenga cosas espectaculares para ofrecerte, pero en la catedral, el museo de Juan Santamaría (el héroe nacional) y los parques puedes pasar muy buenos ratos, lejos de las muchedumbres típicas de las zonas turísticas del país. Además, la ciudad te da la oportunidad de integrarte en la vida diaria de los costarricenses. Por eso, te aconsejo utilizarla como cuartel general y hacer desde allí excursiones para ver los alrededores.