A primera vista, Zumbahua no parece, ni mucho menos, un destino imprescindible durante un viaje por Ecuador. Pues precisamente eso es lo que tiene de especial este pueblecito al borde de la carretera de la laguna Quilotoa. Yo, al ver los paisajes, me quedé con la boca abierta. A todo alrededor se alzan montañas cubiertas de campos cuadriculados. Reina el verde en todas sus tonalidades y da la impresión de estar frente al lienzo de un cuadro gigantesco. Era como si el pintor solo tuviera verde en la paleta y pasara de todos los demás colores.
Cada sábado la calma del pueblo se ve interrumpida por el mercado, que no podría ser más tradicional. Los indios de la región van allí a vender sus productos. Es un mercado más íntimo que el de Otavalo. Por último, hay que pasar por Zumbahua para llegar a Quilotoa. Allí fue donde conseguí el coche que me llevó hasta mi destino.
Descubrir Ecuador en toda su diversidad me ha encantado. El trayecto en autobús desde Quito es pintoresco. Atravesamos colinas cubiertas de plantaciones de colores cálidos situadas al lado de verdes valles. Llegar a Zumbahua es una bocanada de aire fresco y un regalo para la vista.
Me gustó mucho contemplar la forma en que se visten los habitantes de las alturas, tan diferente de los de la costa. Aquí, los sombreros y ponchos son necesarios a causa de la temperatura y eso aumenta el aspecto auténtico de los lugares, dimensión a veces perdida en las zonas turísticas de la costa.