El gran tamaño Trondheim la convierte en una ciudad llena de contrastes. A lo largo del paseo, descubrí grandes y coloridos edificios de madera, las ruinas de monasterios, el mercado de pescado, naves industriales a orillas de los muelles... Me gustó entretenerme en el puente viejo para ver pasar los pequeños barcos. Incluso si me parece que la catedral Nidaros era oscura, merece la pena pues allí tuvo lugar la coronación de los soberanos noruegos. La visita del tejado, organizada por la guía, puso la guinda del pastel a la visita.
También visité el Palacio del Arzobispo que demuestra la tradición religiosa de Noruega. Alberga vestigios arqueológicos. El edificio por si mismo es un imponente monumento muy bien conservado.
La ciudadela también está bien conservada pero no tiene nada de excepcional comparada con el resto de la ciudad donde no te cansarás de admirar las casas de colores sobre pilotes, sobre todo a orillas del río.
Según el tiempo que pienses quedarte en Trondheim, no deberías aburrirte mucho. Al ser una de las ciudades más antiguas de Noruega, está repleta de historia y lugares para visitar. Pronto te darás cuenta de que la ciudad cuenta con muchos estudiantes, lo que le da un aspecto juvenil, especialmente al caer la noche. Mi experiencia favorita en esta parte de mi recorrido por Noruega es sin duda el de las islas ubicadas en la salida de Trondheim: Munkholmen.
El tiempo es cálido y soleado, tanto que incluso pudimos bañarnos en las islas, y no es broma. Otros viajeros del albergue nos informaron sobre el inicio de las fiestas de « Sant Olav’s festival ». Fue una noche increíble con conciertos, cervezas a precio asequible, y mucha gente disfrutando de las noches de verano. También comimos fenomenal. Trondheim posee algunas cervezas locales muy buenas, y la policía no está por allí para molestarte si tomas unos vasos en alguno de los parques de la ciudad.