La isla salvaje y verde de Chiloé se encuentra en la Patagonia chilena, donde acude un gran número de aventureros dispuestos a descubrir sus tesoros y leyendas. Los ancianos sabios cuentan que, en tiempos pasados, la isla estaba unida al continente hasta que se produjo una violenta discusión entre Cai Cai Vilú, el dios de los océanos, y Ten Ten, el dios de la tierra, y fue entonces cuando se formó el archipiélago de Chiloé.
Este trozo de tierra recuerda a un refugio de pescadores y piratas y tiene cierto aire a la isla del tesoro. Si tienes alma de Jack Sparrow, ¡te encantará la isla! La isla de Chiloé, cuya capital es Castro, es del tamaño de Córcega. En Castro, así como en las comunas de Quinchao, Chonchi y Achao, podemos encontrar pequeñas iglesias de madera coloreada que datan de finales del siglo XIX.
El entorno de la isla de Chiloé se caracteriza por sus numerosas casas sobre pilares pintadas de todos los colores y por su exuberante vegetación, que se mantiene así gracias a las frecuentes lluvias. ¡No olvides llevar botas de agua y paraguas! No puedes dejar de visitar el parque de Chiloé. Alberga una flora y una fauna muy diversas. Si tienes suerte, podrás observar el pudú, el monito del monte e innumerables aves migratorias.
No te confundas, Chiloé no es una isla paradisíaca, pero es un lugar muy bonito y que le gustará mucho a los amantes de la naturaleza y de la historia. ¡Si lo quieres broncearte en las soleadas playas de Chile, este no es el lugar más indicado!
La isla de Chiloé, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, es una isla del Pacífico. No creas que vas a encontrar palmeras, arena blanca y sol. El entorno de esta isla del Pacífico presenta recuerda más bien a Irlanda o Escocia.
He decidido pasar aquí unos días durante mi viaje por Chile y creo que la magia del lugar me ha conquistado. Me encanta la mitología de Chiloé, que le da una atmósfera mágica; la arquitectura singular de las iglesias de madera; las fachadas de las casas de colores, que parecen escamas de peces; pasear bajo el cielo amenazador (llueve una media de 300 días al año); los puertos bordeados de palafitos; volver por la noche y cenar un delicioso curanto (la especialidad de Chiloé)...
En resumen, lleva todo lo necesario para protegerte de la lluvia y ven a descubrir la isla de Chiloé.
Entre trabajo y trabajo en restaurantes de Osorno y Puerto Varas, me tomo tres días para visitar la isla de Chiloé. Llego una mañana y tengo la suerte de que hace bueno, ya que si he entendido bien suele llover a menudo, así que cruzo los dedos para que siga así...
Encuentro un buen hostal y salgo a dar una vuelta por Ancud, que me causa una buena impresión. La especialidad de Chiloé, es el curanto, una especie de col mezclada con carne, pescado y patatas, suficiente para llenarse, pues las raciones son enormes.
No tengo coche pero me gustaría hacer una ruta por la isla, en especial para visitar sus famosas iglesias y contemplar con tranquilidad la variedad de paisajes. Me las arreglé para encontrar una agencia que ofrece excursiones de un día con guía a bordo de un minibús. Al día siguiente, partimos para realizar un recorrido por la isla, alternando la lluvia y el cielo despejado. La isla es muy bonita, los paisajes son maravillosos y los pueblos donde vamos parando son muy tranquilos, con excepción de Dalcahue, que es día de mercado y está lleno de agitación. Observamos también delfines durante una pequeña travesía en ferry.
El último día, no puedo marcharme sin visitar los islotes de Puñihuil, ya que tengo muchísimas ganas de ver los pájaros bobos (que, cuidado, ¡no son pingüinos!).
Aquí estoy de vuelta, de nuevo tomo el autobús y después el ferry que me lleva a tierra firme. Chiloé, se acabó, espero volver algún día...