Antes de internarse en el valle de Soussamir, pasamos por la ciudad antes mencionada sin pensar en detenernos necesariamente allí. Fue una lástima. Es verdad que la ciudad no presenta ningún interés concreto: no hay monumentos, ni tiendas, ni un estílo arquitectónico particular. Pero cuando exploramos los campos de los alrededores, vamos de descubrimiento en descubrimiento.
Es cierto que es necesario adentrarse varias horas en la llanura, acercarse progresivamente a las monañas que parecen tan cercanas pero que en realidad están a varias horas de marcha. Por el camino de hierba que llega hasta donde se pierde la vista, que está interrumpido por pequeños arroyos, en donde manadas de caballos, ovejas y vacas se acercan a pastar apaciblemente a unos pasos de los yurtas de sus amos. Todo ello alejado de los circuitos turísticos (no me crucé con un solo turista en tres días) y con gente local cuyo sentido de la hospitalidad es una forma de vida.