La Guajira sirvió como colofón a mi viaje por Colombia. Partiendo de Riohacha, la "gran" ciudad más cercana, tuvimos que embarcarnos en dos medios de transporte diferentes (un taxi colectivo y luego un jeep) para dejar atrás el desierto y llegar a la excelente playa de Cabo de la Vella, situada a un extremo del mundo. Atravesar pueblos casi vacíos, encontrarse con los Wayuu (pueblo que aún vive de la artesanía) y encontrarse con un paisaje de tarjeta postal... ¡todo eso bien vale unas horas de polvo y calor!
Aquí hay pocas actividades y lo que destaca es el farniente. Tumbarse sobre una hamaca para dormir al aire libre en uno de los pocos hoteles que quedan abiertos aquí, acudir a un pequeño restaurante y degustar un langostino de la casa bajo la luz de una débil bombilla, luego esperar una hora tardía para no sofocarse bajo el infernal sol del trópico. En torno a las 16h, subir a una moto (¡3 personas!), por supuesto sin casco, dirección playa del Cabo, considerada una de las más bonitas del mundo.
Aquí prácticamente no hay nadie. Con cañones y acantilados como compañía, algunos Wayuu vienen a vender bolsas de todos los colores a los escasos turistas que tienen el valor de llegar hasta aquí, ante el infinito horizonte turquesa que conservarás para siempre en tu memoria. Al partir, te encontrarás más descansado que nunca, feliz por haber conocido a personas encantadoras, preparado para volver a encontrarte con la civilización con las pilas totalmente cargadas.