Kirguistán es un país de un gobierno laico, en donde oficialmente se reivindica el respeto por las creencias individuales, sin embargo la realidad es un poco diferente y un poco más compleja. Vuelta a la cuestión religiosa en Kirguistán.
Un país musulmán
Kirguistán es en la actualidad un país mayoritariamente musulmán. Como a muchos de sus vecinos, la islamización ha llegado tarde, con una primera ola entre el siglo VIII y el XII, y después otra más fuerte en el siglo XVII. Entre el 80 y el 90% de la población es musulmana sunnita. La vida religiosa de Kirguistán se concentra esencialmente entorno al imam y a las mezquitas. El país cuenta con más de 1700, que debes conocer durante un recorrido por Kirguistán.
En el seno de estas 77 organizaciones islámicas existen diferencias que en ocasiones hacen el día a día un poco difícil. El aumento de un fundamentalismo, o de un islam demasiado estricto, siguiendo el modelo de Irán o Afganistán, amenazó el régimen durante algunos años, aunque al final se consiguió evitar. Además, pese a todo, el gobierno sigue favoreciendo la religión musulmana frente a otras minorías.
Desde la ocupación soviética pasada, perdura un culto ortodoxo minoritario (20%), aunque bien integrado. Durante un viaje por Kirguistán, tendrás la oportunidad de visitar hermosas iglesias ortodoxas, testigos de esta época. No sucede lo mismo con todas las comunidades religiosas. La vida religiosa de los cristianos está impregnada de discriminación y persecución, sobre todo en las zonas rurales. Esta situación no está siendo alentada por el gobierno, que intenta eliminar cualquier forma de extremismo. El problema parece venir de las autoridades locales y de las propias personas.
Una fuerte tradición
Aunque la religión musulmana predomina en Kirguistán, la vida religiosa está muy influenciada por las tradiciones y creencias ancestrales. Este retorno a los cultos anteriores a la islamización es por otra parte una tendencia en aumento. El chamanismo, zoroastrismo, tengrianismo, marcan la vida cotidiana de los kirguís que siguen manteniendo su carácter nómada y viven al ritmo de las estaciones. Vivir en armonía con la naturaleza, identificarse con un grupo de animales, adorar a la luna, utilizar piedras sagradas y árboles de los deseos que simbolizan la divinización de la Tierra, una fuerza vital en este territorio hostil.
