Mi recuerdo de Viseu sigue siendo el de una vieja ciudad , compuesta por ciertos de callejuelas que se extienden a lo largo de pendientes escarpadas sobre una colina. Para mí supuso un verdadero placer perderme por sus estrechas callejuelas, con rumbo incierto, topándome por ejemplo con una iglesia de varios siglos, pequeñas plazas animadas al ritmo de la vida local o parques sombríos.
A todo aquel que tenga un poco de tiempo le aconsejo detenerse a pasar algunos días en Viseu, ciudad bonita, relajada y apartada de las rutas señalizadas. Se trata por supuesto de uno de los mejores lugares para conocer a gente local, ya que el ambiente parece más distendido que en otras zonas del país. Los platos locales resultan del todo deliciosos, ¡en especial si se acompañan con un vino local de la región del Dao!
Al llegar a Viseu comencé realizando una parada en el Rossio (la plaza de la República), donde pude apreciar la permanente animación. Tras descubrir la iglesia dos Terceiros y sus magníficos azulejos que muestran la vida de San Francisco, me dirigí hacia la catedral. Me sorprendió, sobre todo, la austera fachada de este monumento del siglo XIII. Sin embargo, mi visión de ella cambió totalmente al entrar: el interior se restauró entre los siglos XVI y XVIII, de modo que la catedral alberga en la actualidad un imponente retablo barroco y una bóveda de estilo manuelino que domina la nave. Continué mi visita con el campanario renacentista y el museo de arte sacro: este último alberga llamativos azulejos.
No me daba tiempo a ver todo Viseu, de modo que opté por hacer una visita al Museo Grao Vasco, donde descubrí a muchos pintores portugueses de la llamada "Escuela de Viseu". Una visita preciosa en medio de tu viaje a través de Portugal. Al bajar hasta el actual centro de la ciudad, pude recorrer las bonitas casas de los siglos XVII y XVIII, y luego atravesar la antigua judería, así como contemplar restos de la muralla medieval. Lo que más me llamó la atención durante mi visita a Viseu fue su riqueza arquitectural...