Lo que yo había escuchado o leído a propósito de Amarante había atizado mi curiosidad: desde Porto, recorrí la cincuentena de kilómetros que me separaban de la pequeña ciudad, ¡para averiguar si era verdad! No encontré, como yo había imaginado, oleadas de mujeres jóvenes solteras implorando a Sao Gonçalo, el San Valentín local, o atiborrándose de pasteles fálicos (¡sí, sí!)... Pero descubrí una hermosa ciudad, un rico patrimonio arquitectónico, ¡así como unas tradiciones y una gastronomía muy vivas!
Comencé por visitar el monasterio y la iglesia consagrados al santo local, cuya estatua (encima de la tumba del santo) está efectivamente pulida en muchos lugares por las caricias de las solteras que esperan que su sueño más preciado se cumpla... Pasé casi una hora admirando la colección de arte moderno del pequeño museo Amado de Souza-Cardoso... antes de reconfortarme en una pastelería de la ciudad: quédate con estos nombres, ¡papos de anjo, bolos de Sao Gonçalo, toucinho do ceu!