Situada en los Urales, cruce de influencias europeas y asiáticas, la ciudad sigue conservando en lo profundo el alma rusa.
Ya al llegar en tren, hay poco que parezca atractivo para la vista, entre la basura industrial y sus aburridas construcciones. Esto es constante en Rusia. Aparte del hecho de que me fue muy difícil encontrar mi albergue (esto también es constante), la ciudad me pareció un terreno excelente de exploración, como en un mundo alternativo. ¡No entendía las señales y la gente a menudo me echaba unas miradas!
En cuanto a las visitas se incluyen la Iglesia Ortodoxa de la Sangre Derramada, el Museo Geológico de los Urales, una ópera, una filarmónica y el cementerio Chirokaïa Retchka. Ekaterinburgo es pues un buen punto a visitar durante un viaje a Rusia, sobretodo a bordo del tren Transiberiano.