Hierápolis no podría estar mejor situada, ni en sueños. Se encuentra en la cima de una colina rocosa, que domina todo el valle. Por la ladera se van escalonando las formaciones calcáreas inmaculadas de Pamukkale. Y, además, las ruinas están relativamente bien conservadas. Destacan algunas maravillas, como el anfiteatro o las muchas puertas de entrada a la ciudad.
Detrás de las ruinas hay un museo arqueológico que te permitirá comprender mejor el funcionamiento y la riqueza de la antigua Hierápolis. Por otra parte, tengo que avisar de la enorme afluencia de turistas. A los visitantes cotidianos hay que sumarles todos los grupos de los viajes organizados. Puede llegar a ser un poco agobiante en un yacimiento que no tiene tanto que ofrecer como los de Éfeso o Pérgamo, por ejemplo.
Hierápolis fue una de las visitas que más me gustaron de mi viaje a Turquía.
Me pasé todo el día paseando por las termas romanas y me quedé con un recuerdo excelente.
Antes de lanzarte a dar una vuelta de exploración, ¿qué tal un desayuno turco tradicional? Prueba el kahvalti. Salado, dulce y variado: te dará energía para el día entero y además está buenísimo. Yo fui a la cafetería de Mehmed. Tiene unas vistas de Hierápolis espectaculares.
Para los aficionados a la historia, la ciudad antigua está dedicada al dios Apolo y conserva muchas ruinas. La que más me impactó fue el teatro. Está muy bien conservado y fue como hacer un viaje en el tiempo.
Y, el puntazo para relajarme: un baño en aquellas piscinas termales tan idílicas. El agua natural es rica en calcio y sales minerales y tiene propiedades medicinales. El momento perfecto para cerrar un día tan bonito.