Construido entre los siglos X y XII, el monasterio de Haghartsin se camufla perfectamente en medio de las verdes colinas y, como la mayoría de los monasterios del país, cuesta mucho acceder a él, tras recorrer un camino de cuatro kilómetros. Si no estás motorizado, deberás caminar desde la carretera principal. Hacer autoestop es una opción factible, ya que muchos armenios se desplazan para ir a este lugar, de gran importancia religiosa.
Me pareció que Haghartsin, que significa el «baile de las águilas», estaba especialmente bien conservado, con sus tres iglesias. Otra parte interesante de la visita es la sala del refectorio, que, a pesar de ser bastante austera, sumerge al visitante en plena época medieval; esa sensación se refuerza con la densa naturaleza del exterior.