Encaramada en lo alto de la cordillera encontramos la acogedora aldea de Sagada, que desprende una atmósfera muy positiva. Nos desplazamos a pie, disfrutamos de las comidas en algún que otro restaurante de calidad (Lemon Pie House) y visitamos un lugar situado en el centro que alberga la oficina de turismo, comercios y un centro logístico. ¡Es sencillo y práctico!
Después de efectuar la inscripción y el pago de un impuesto de preservación, realizamos un largo paseo a pie que nos permite descubrir las diversas riquezas arqueológicas de la aldea. Para mi gusto hay dos sitios de visita indispensable: los increíbles ataúdes colgantes del valle de Echo y la gruta de Lumiang, en cuya entrada descansan un centenar de ataúdes de madera. Ambas me dejaron perplejo.
También encontrarás numerosas ofertas: aldeas en los alrededores, paseos más o menos largos y paisajes diversos que van desde una cascada salvaje hasta campos de arroz en la cima de una montaña...
Te recomiendo pedir un mapa y consejos en la oficina de turismo, además de alquilar un vehículo motorizado de dos ruedas para poder aprovechar el día a tu aire.
En Manila un anciano me había aconsejado ir a Sagada. En sus ojos me pareció ver la chispa de sus recuerdos de juventud. Durante el periodo de ley marcial impuesto por el dictador Ferdinand Marcos en los años setenta, esta ciudad mantuvo un espíritu libre y se llenó de artistas, opositores políticos y comunidades hippys. Todavía hoy se deja sentir ese ambiente alternativo, aunque el turismo le esté sacando provecho.
Me quedé cuatro días en Sagada. ¡No faltan cosas que hacer! Te diría que no te pierdas las cuevas que hay por allí cerca. No hace falta ser ningún espeleólogo para aventurarse por aquellas galerías tan impresionantes. Además, puedes bañarte en agua pura y fresquita. Sagada esconde también ciertas curiosidades culturales. El rito funerario tradicional dicta que los ataúdes queden «suspendidos» en los acantilados de las montañas. Bueno, en realidad lo que hacen colgarlos. El paisaje es tan sorprendente como surrealista.
El espíritu de descubrimiento, los arrozales en terrazas, las cuevas, la diversidad de culturas, los viajeros y su historia tan particular hacen de Sagada una ciudad que no te puedes perder.