En mi opinión, esta ciudad carece de encanto. Recibe el sobrenombre de Granite City por sus numerosos edificios de granito gris y puede llegar a resultar muy triste en invierno. Aparte de algunos edificios de interés arquitectónico como el Marischall College y los museos relacionados con la historia marítima y militar de la ciudad (el Gordon Highlanders Museum es muy popular), sus puntos fuertes están, sobre todo, en el campo salvaje e indómito que la rodea.
Las playas del lugar también son magníficas. Personalmente, yo me enamoré de Balmedie y de las dunas de Rattray Head (sube al faro para sacar fotos impresionantes). A unos cuarenta kilómetros de allí, podrás visitar el precioso Craigievar Castle. La fauna del entorno también es notable, sobre todo en el Parque Nacional de Cairngorms, el mayor de Inglarerra, que alberga aves y animales marinos. Abre bien los ojos, quizá veas delfines, orcas o ballenas.
Volver a la civilización en Aberdeen tras haber realizado una escapada por los Cairngorms es, francamente, una buena idea; nada mejor que degustar el famoso haggis junto a una buena pinta, más si es en el recinto de una antigua iglesia. ¡Ambiente local asegurado!
La ciudad en sí misma es hermosa, limpia, menos austera que Edimburgo y con una influencia marítima que se hace notar. No en vano, la ciudad acoge un museo marítimo que te aconsejo visitar. El centro de la ciudad se visita en poco tiempo. También puedes visitar la Provost Skene House, una antigua residencia conservada.
Si buscas un ambiente más urbano tras haber estado en plena naturaleza, Aberdeen supone un destino ideal en el transcurso de un viaje por Escocia.