Difícil apreciar Manila a primera vista. Simplemente con poner los pies fuera del aeropuerto eres invadido por esos ruidos fuertes, ese tráfico muy denso y esos barrios grisáceos. Un ambiente que parece reflejar la dificultad de reconstruir una ciudad (antes próspera), convertida en ruinas como consecuencia de los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial.
Me alojé en Malate, un barrio del centro, que ofrece hoteles baratos, algunos bares y restaurantes, todo cerca de los centros de interés principal. También, es una zona con muchos mendigos y personas sin hogar, afectados por la pobreza.
Caminé principalmente a pie, para descubrir la impresionante plaza Rizal, el paseo marítimo a lo largo de Roxas Boulevard y llegar a Intramuros para regresar al pasado colonial español. También pasé por un Chinatown sombrío, y su impresionante cementerio que recomiendo visitar. Por último, el distrito de negocios Makati ofrece buenos restaurantes y una vida nocturna ideal, probablemente la ciudad más animada y vibrante.
Si estáis pensando en realizar un viaje a Filipinas, vuestro aterrizaje se realizará seguramente en Manila (ciudad en la que el aeropuerto es particularmente desorganizado y desagradable).
La característica más remarcables de Manila son las grandes diferencias sociales que pueden apreciarse a algunos metros de distancia (rascacielos junto a campamentos de chabolas) y la gran influencia de la religión cristiana (presencia de iglesias, frescos en los muros y edificios...).
Debo decir que Manila posee una oferta gastronómica más amplia que el resto de ciudades filipinas pero no es una destinación ideal para degustar nuevos y delicados sabores. Para los más valientes, puedo recomendaros los puestos de la calle y uno de los platos más famosos: el Balut (huevo de pato ya fertilizado con su embrión dentro que se cuece al igual que un huevo cocido).
En conclusión, Manila no es una de mis ciudades preferidas, pero tiene una esencia particular que la distingue de cualquier otra ciudad del mundo.