Me impactó tanto el centro de la ciudad de Nueva Orleans, con la arquitectura atípica y colorida del barrio francés, como la pobreza de sus habitantes. El parque Louis Armstrong es magnífico, pero está desierto, y el barrio que lo rodea no es muy recomendable.
A veces me sentía incómoda estando allí como turista, pero al final tuve encuentros muy enriquecedores entre los que estaban luchando por reconstruir la ciudad o por reconstruirse a sí mismos.
Como gran aficionada a la música que soy, fue todo un placer recorrer los clubes de jazz. Sin duda, el más interesante es el Spotted Cat. En el barrio francés, el ambiente siempre es festivo, pero se vuelve un poco turbio al caer la noche. Preferí aprovechar el día para alejarme, explorar la ciudad a pie y tomar el barco gratuito para ver la Nueva Orleans de la otra orilla del Misisipi.
La imagen que tenía de Nueva Orleans era la que muestran las películas de época y «Tiana y el sapo» de Disney, y me sorprendió la veracidad de mis fuentes. Nueva Orleans, ciudad principal de Luisiana, tiene unas especialidades gastronómicas tan deliciosas como especiadas, sobre todo el gumbo y la jambalaya, dos platos de origen cajún. Al estar cerca de la costa también tienen una amplia carta de platos de marisco. Mucho ojo, porque a los estadounidenses les encanta todo frito o a la plancha, y el pescado tampoco se libra.
Me gustó mucho el barrio francés, con sus casas de tipo colonial, las tiendas de santería, los videntes, los saxofonistas y los jazzmen en cada esquina. Pasear por allí es como viajar en el tiempo. Para hacer una pausa, pásate por el «French Market» y aprovecha para probar los buñuelos, un gran clásico de Nueva Orleans.
Por último, un recorrido en barco de vapor por el Misisipi le dará un toque muy Mark Twain a tu viaje por Estados Unidos.