Por supuesto, si visitas Seattle, tienes que hacer una foto del Space Needle, la torre en forma de platillo volante, otra del Experience Music Project de Seattle, y montar al menos una vez en el SLUT, el tranvía local.
Mis mejores recuerdos de Seattle, sin embargo, son el lanzamiento de pescados en el Public Market Center y el Gum Wall, un muro cubierto de chicles mascados, un poco asqueroso, pero único. También me gustó tomar el brunch en el Beth’s Cafe, donde todos los clientes pueden hacer un dibujo y colgarlo en la pared.
Además, tomé un ferry con unos amigos para ver lo que se cocía en las islitas de alrededor. Hicimos una breve parada en una reserva india, pero por desgracia los visitantes no eran muy bien recibidos.
Durante mi viaje a los Estados Unidos, no me esperaba amar tanto las ciudades visitadas. De hecho, iba más por los parques nacionales. Sin embargo, ¡qué agradable sorpresa al ver las ciudades de la costa oeste, a cada cual más innovadora! Seattle se lleva la palma en este sentido, me gustó absolutamente todo. Sus museos al aire libre, sus parques, su torre, su monorraíl, todo ello forma parte de sus encantos, los cuales marcaron mi estancia. Otra manera de ver la ciudad desde lo alto es subirse a su gran noria. Por contra, si al igual que yo padeces vértigo, ¡no te lo aconsejo!
En conclusión, Seattle es un destino que os recomiendo encarecidamente. La ciudad es bastante grande y tiene un número importante de atracciones para hacer una visita, especialmente una ingente cantidad de museos.