El lago blanco se encuentra en una región volcánica y eso le da al lugar una atmósfera muy particular. Me encantó la paz que se respiraba allí y me quedé unos días. Está bastante bien para acampar. Es un entorno muy natural. Está rodeado de cumbres, desde las que se divisan los valles y sierras que se extienden más allá.
Recomiendo mucho ir hasta los lugares con vistas panorámicas porque son muy representativos de los espacios vacíos y extensísimos que dominan el país. Había varias yurtas cerca de la orilla del lago, pero, por lo demás, daba la sensación de no había ni un alma en toda aquella inmensidad que se extendía ante nosotros.
Hay que subir al volcán Khorgo Uul, al este del lago. En sus proximidades te encuentras con un montón de montículos rocosos, levantados por el hombre para honrar al viejo volcán extinto.
Cerca de las tiendas que hay a la entrada del pueblo verás unas formaciones volcánicas muy chulas. Hay campamentos para turistas distribuidos alrededor del lago y también sitios estupendos para acampar. No tenía licencia de pesca, pero no había de qué preocuparse: los mongoles me hicieron sentir bienvenida. Y así fue como pesqué mi primer lucio.
Todos los días me pasaba lo mismo: hacía bueno y me iba por la mañana a pescar en el lago hasta que, irremediablemente, ¡caía un chaparrón brutal! Bajo los truenos y relámpagos, el lago se convertía en una marejada. Entonces corría a refugiarme en el gran ovoo protector del lago, o en casas de mongoles. Luego, al rato, otra vez hacía un tiempo radiante...
No puedo terminar sin mencionar que conocí a muchas personas entrañables, me inflé de compota de ruibarbo silvestre (les da un punto muy bueno a los pastelillos mongoles), con un nene estuve viendo a los lucios nadar en el agua cristalina, subí a disfrutar de unas vistas magníficas desde lo alto de colinas cubiertas de flores multicolores y, cómo no, me recorrió más de un escalofrío al escuchar los aullidos de los lobos por la noche, sola en mi refugio improvisado...