Fue la curiosidad lo que me llevó hasta Doi Inthanon, el parque nacional donde se alza la montaña más alta del país. Tenía curiosidad por ver aquellos paisajes que te hacen olvidar que estás en territorio tailandés —solo el aire tan fresco ya sienta estupendamente—, pero también por contemplar las vistas desde la cumbre.
Evidentemente se trata de un terreno solo apto para amantes del alpinismo. Seguro, ¿verdad? Conseguí llegar hasta la cima y ver los «chedis», estupas con un diseño único y dedicados a sus majestades el rey y la reina. Os puedo confirmar que muchos tailandeses visitan el lugar y vienen a experimentar el «frío».
Si la ruta hacia el pico está salpicada de cascadas como la de Vachiratharn, bosques tropicales, naturaleza virgen y vistas de pájaro sobre toda la cadena montañosa, la cumbre en sí es decepcionante. Al lado de una estación meteorológica y de un aparcamiento, un cartel te indica que has llegado. Me di una vuelta por el bosque y pasé por casas antiguas y más o menos abandonadas hasta llegar a la cumbre del Doi Inthanon. Pues ahí estaba yo, a 2 565 sobre el nivel del mar y... ¿dónde estaban mis vistas maravillosas?
Yo me quedé dos días por la región de Doi Inthanon. El primer día fue para hacer el ascenso al pico y visitar el templo que, como es habitual en Tailandia, domina desde la cumbre. Pues este concretamente era muy original, ¡tan moderno que tenía escaleras mecánicas! Cuando me recuperé de la sorpresa, fui a explorar el resto de la zona. Me encantó el paseo por el parque, donde además había dos cascadas muy bonitas. Por lo visto había más, pero yo solo vi dos.
Aquella noche me quedé en un albergue, más abajo de Doi Inthanon. Eran casas montadas sobre pilotes en mitad de los campos de arroz. Ves a los habitantes en sus quehaceres diarios y es muy interesante.
Al día siguiente me dediqué a descubrir el pueblo. Hice una paradita en la escuela para ver a los niños, que estaban estudiando muy aplicados. Fue un encuentro agradable y lleno de naturalidad.