Aparte de las ruinas de la fortaleza de Alejandro Magno, un mausoleo del siglo IX y una mezquita del siglo XVI, debo admitir que la ciudad de Nurata me ha parecido un poco deprimente. El centro polvoriento y moderno no invita a quedarse en el lugar, a pesar de los atractivos evidentes de la región.
Un consejo: pasa por Nurata, pero sigue tu viaje a través del campo que la rodea, que ofrece numerosas posibilidades para los visitantes, como los últimos contrafuertes de los montes Pamir-Alay (¡que tienen más de 2.000 metros de altura!) o las elevadas mesetas, donde podrás alojarte en las tradicionales yurtas. Por cierto, es una de las últimas ciudades de Uzbekistán donde podrás disfrutar de la naturaleza; más al oeste encontrarás ya las grandes llanuras desérticas.