Durante mi viaje por Vietnam, llegué en tren y Dong Hoi, de entrada, no es nada bonita, la verdad. Cuesta mucho hacerse entender. Aun así, nada más llegar, a dos pasos de la estación, un habitante local nos prestó unas motos para algunos días. Tras recorrerla por encima, la ciudad no me dio muy buena impresión: un calor sofocante y demasiada agitación. El puerto de pesca tiene poco encanto, salvo al terminar el día, cuando se instalan allí pequeños bares para los vietnamitas.
Fuimos a bañarnos, pero el mar estaba muy sucio y el entorno muy contaminado. Las casetas que vendían marisco no eran precisamente baratas, pero al menos debo admitir que estaba delicioso. Hay muchos hoteles en construcción y las infraestructuras no realzan el lugar.
No guardo ningún buen recuerdo de Dong Hoi. Cuando llegamos a las cuatro de la mañana en el autobús nocturno, los taxistas nos pidieron una fortuna por llevarnos al centro, que estaba solo a kilómetro y medio de distancia. La ciudad no es especialmente bonita, ni tiene ningún encanto, ni siquiera el borde del mar.
En Dong Hoi hay que regatear por todo, incluso por el billete de autobús. Aunque las tarifas para Hué y otras grandes ciudades son fijas, se niegan a llevarte si no pagas un suplemento totalmente fraudulento. Alquilamos unas escúters en muy mal estado a un precio relativamente justo para visitar el parque de Phang Nha Ke Bang. Muy bonito, pero también allí hay que pagar por todo.
El aspecto positivo es que uno aprende a ser paciente y a no dejarse engañar.
El aspecto negativo es la actitud de los habitantes locales.