Krysna es un lugar encantador por el que pasearse. A un lado, está la laguna con algunos pantanos y unas aguas apacibles que hacen las delicias de las aves que vienen a descansar. Al otro, desde lo alto de los acantilados, tendrás unas vistas increíbles al océano Índico.
El paso para entrar a la laguna es conocido por ser uno de los más peligrosos del mundo. Aunque yo no lo he experimentado, lo cierto es que la imagen que se ve del paso desde lo alto de los acantilados no invita precisamente a cruzarlo en barco. Por el contrario, las pequeñas calas que se extienden a nuestros pies por la parte baja de los acantilados dan muchas ganas de ir a dar un paseo. Parece incluso que se pueden visitar unas cuevas que están escondidas en los acantilados.
A pesar del flujo de turistas, se trata de un lugar muy tranquilo y que está bien conservado. El lugar perfecto para pasar algunos días de descanso en familia, en uno de los lugares más bonitos de la «Garden Route» (Ruta de los Jardines).
Knysna me sedujo en el sentido literal de la palabra. Hallé un poco de aire fresco dando algunos paseos por el inmenso bosque que rodea la ciudad. La atmósfera es propicia para el descanso y la observación de la naturaleza.
Al sudeste de la ciudad se levanta un punto de vista impresionante, al que merece la pena dedicar media jornada. Las olas del Océano Índico vienen a estrellarse aleatoriamente y con furia sobre las rocas. La vista que ofrece el mirador me retuvo unos diez minutos; luego bajé a la playa escondida entre los peñones. Traté de bañarme, pero la corriente es ciertamente demasiado poderosa. Poco recomendable, pues.
Los alrededores del barrio residencial que limitan con el lago son el lugar ideal para darse un baño. Las aguas son calientes, lo cual resulta raro en esta región de Sudáfrica. Al final del día tomé el sol en la terraza de uno de los muchos restaurantes que se encuentran contiguos al puerto. ¡Volveré, seguro!