La carretera asciende y tuve que recorrer literalmente en slalom evitando todos los socavones y baches hasta llegar a Tetebatu. Dos calles y un cruce, eso es todo lo que está asfaltado, el resto son mil callejuelas de tierra en las que la vida sigue su curso en el relativo frescor de las laderas del Rinjani.
Aparqué la moto y seguí a pie rodeado de un enjambre de niños que se asombraban al ver un turista en su pueblo. Practicamente me arrastraron hasta mostrarme una cascada. Bajamos por los arrozales y descubrimos orquídeas y magníficos helechos que se abrían paso en la bruma permantente que provoca el salto de agua. Te recomiendo tomarte tiempo para explorar el pueblo durante medio día por ejemplo.
Hay muchas habitaciones de hotel instaladas en los graneros de tabaco, muy originales. Desde aquí se disfruta de buenas vistas del volcán. En el pueblo, la cocina está muy bien y probé un gado-gado, la ensalada de Indonesia, que me dejó un buen recuerdo. La noche es apacible y fresca, y a lo lejos se escuchaba el Azan de los muecines anunciando la primera oración del día.