Tras un largo día explorando Bali, solo soñaba con una cosa: relajarme. Fuimos en dirección a Jimbaran antes del atardecer.
Llegamos a un parking abarrotado y después nos costó decidirnos por el warung que nos haría felices. Tras 20 minutos de discutirlo y de estudiarnos los menús, nos dimos cuenta de que son todos más o menos iguales.
Nos recibieron muy cálidamente y disfrutamos de un aperitivo de arak madu frente a un cielo multicolor. Para cenar, elegimos pescado y marisco, marinado con pimientos o a la plancha sobre brasas de trozos de coco. Fue una noche relajante, divina y llena de sabores.
Para terminar mi viaje por Bali, fue en Jimbarandonde decidí dejar mis maletas. Como no está muy lejos del aeropuerto, así pude descansar sabiendo que no había que hacer mucho esfuerzo para terminar el viaje.
No hay demasiadas olas en Jimbaran, así que este rincón le gustará más bien a los que viajen en familia que a los surfistas en busca de emociones fuertes. La playa es ancha. Su arena no es especialmente blanca, pero sí bastante fina. El mejor momento es el atardecer, con todos sus bonitos colores rojizos, que yo estuve contemplando tomando una copa en uno de sus numerosos restaurantes alineados al borde de la playa.
Por desgracia para mí, los crustáceos y otros mariscos no me gustan demasiado para comer. Por eso, la noche que estuve, fui a un restaurante sencillo al final de la playa donde hacían unas pizzas estupendas.